miércoles, 21 de marzo de 2007

Fiebres de la infancia


Mi infancia, sin duda, ha quedado cabalgando en el caballo de la calesita del parque. Desde ese lugar, recuerdo, el mundo todavía era mágico, los paisajes renacian con cada vuelta y las sonrrisas de la gente espectante parecia no cesar nunca. A veces me sentia demasiado pequeña para albergar en mi tanta dicha, aunque por dentro sospechaba que no todos mis compañeros de viaje podian sentir lo mismo. La calesita era en mi la oportunidad de sanar las heridas, de secar las lagrimas, de mirar siempre hacia adelante. Por las noches, antes de dormir, cierro los ojos y me traslado a los distantes domingos por las tardes, recorro en mi mente el parque desierto, me paro detras de las rejas que rodean la calesita y espero a que ella pase una vez mas... la niña con la sonrrisa mas iluminada del mundo, me mira, me reconoce y me invita a subir. Nadie en este mundo entenderia mi deseo de volver a ser esa niña que un día fui.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Quizás yo algo pueda entenderte, si supieras las cosquillas de nostalgia emotiva que me recorrió todo mientras leía esto.

botas de agua dijo...

A veces tengo una nostalgia tan fuerte que necesito dejar de pensar (aunque no pueda). La peor parte de los mejores momentos es que de repente se convierten en recuerdos dolorosos de lo que ya-no-es. Pero ese dolor, que es la nostalgia, tiene algo de hermoso, porque nos devuelve aquel momento... por un instante.
Muy bello... cómo no vamos a entenderlo sino podrías haberlo expresado mejor.